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Hipocresía hacia la salud mental

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Ilustración © Francesc de Diego

Me gusta la gente que va de cara, la gente que lucha por sus ideales, por aquello que cree justo, porqué hoy en día queda poca gente así.

Esta sociedad nos corrompe. Esta sociedad, igual que nos enferma, nos presiona por ser peores personas cada día. Es por esto que yo lucho cada día en contra de esta sociedad que tanto nos boicotea y nos hace ser como somos. Debemos luchar en contra de esta sociedad tan corrupta y tan estresante que nos hace ser a veces tan individualistas, y mirar más por el bien común, mirar más por los otros, y no centrarnos tanto en nosotros mismos. A veces nos pensamos que “somos el ombligo del mundo” y nos olvidamos de los demás. Siempre queriendo más y más, y a veces hace falta hacer un paro, ¡para darnos cuenta que somos unos afortunados de todo lo que tenemos! Sí, sí, ¡somos unos verdaderos afortunados! ¡Agradezco todo lo que tenemos!

También he de decir que no todo es malo. Las ventajas tecnológicas y científicas también se deben agradecer (algunas). Pero pienso que todo va demasiado rápido y, a veces, me da la sensación como si nos “desactualizásemos”. Y yo, personalmente, como si me ahogase. Y creo que no soy la única.

Seguimos por dónde iba. Me gusta la gente que lucha por lo que quiere, que va de cara, y que va con la verdad por delante, que no va con malicia y no es capaz de pisar a los otros para conseguir beneficiarse. Es decir, que no es capaz de pisar a nadie para ir ascendiendo en esta escala social o en esta vida.

Me he encontrado mucha gente que se esconde de tener un trastorno mental. Algunos por miedo a ser rechazados, otros por miedo a perder el trabajo, otros las amistades. No nos damos cuenta que es bastante triste escondernos de algo que casi todo el mundo hoy en día sufre, ha sufrido o sufrirá a lo largo de su vida: un trastorno mental o una situación de sufrimiento psíquico.

Como iba diciendo, es penoso que entre nosotros nos vayamos escondiendo, los unos a los otros, de nuestros sufrimientos. No sería mucho más fácil si los pudiésemos compartir y darnos apoyo? Yo lo he empezado a hacer ahora, dando la cara ¡Y de verdad que te quitas un peso de encima! No merece la pena ir escondiéndote por los rincones de todas partes, mintiendo y mintiendo sobre tu vida, y encima habiendo de dar explicaciones a gente que ni tan solo te importa. Resulta agotador.

En cambio, ahora vivo mucho más tranquila conmigo misma. La verdad es que, desde que no lo escondo, conmigo misma vivo mucho mejor, no tengo tanta ansiedad y no me siento obligada a hacer nada que no quiero, ni pierdo aquella cantidad de tiempo que perdía antes en pensar qué diría si me preguntaban… En fin, que me he hecho la vida mucho más fácil. Como digo ahora: me he hecho del “modo todo práctico”, no quiero complicarme la vida, ni nada por el estilo.

Algunas de estas personas que esconden el trastorno mental, lo hacen por miedo al “qué dirán”, o “no vaya a ser qué”… cuando ellos son los primeros que juzgan, y rechazan a los otros, a los que son diferentes, etc.

A veces, ves caras y conversas ridículas de: “mira a estas dos” o “mira a estos dos”, “qué poca vergüenza”, y después resulta ser que estos son quienes más cosas extrañas hacen a escondidas. Quiero decir con esto, por favor, dejemos de juzgar. Y yo me incluyo. A menudo sólo hacemos que juzgar y juzgar, sin saber qué habrán pasado aquellas personas, ni porqué lo hacen. Y si lo hacen, y son felices, ¿por qué lo debemos juzgar? ¿Quienes somos nosotros para juzgarlo? Que cada cual haga lo que quiera, mientras no moleste al de al lado. Esta es mi filosofía. Yo me he vuelto muy respetuosa, supongo que después de haber convivido con todo tipo de gente. “Te acostumbras o te mueres”.

También me encuentro unos cuantos, con muchos prejuicios, que esconden que tienen familiares con trastornos mentales. Los tienen como escondidos, como si no fuesen de su familia. Estos individuos, para mí no valen nada como personas. Después, son estos los que cada domingo van a misa. Por eso digo que hay mucha, mucha hipocresía y mucho estigma hacia las personas con trastornos mentales.

Lo más fuerte es que si nos paramos a pensar un momento, casi todo el mundo ha tenido, tiene o tendrá en su vida un trastorno mental más o menos grave. Así que juntemos fuerzas y digamos basta. Nada de ir escondiéndonos. No hay nada qué esconder, creo yo.

Pienso que tener una depresión, ansiedad, TOC, esquizofrenia, trastorno bipolar, anorexia, etc., no es una condena. No creo que por eso estemos condenados a ir a la prisión, no hemos matado a nadie. Además, todo es superable, nos podemos recuperar y, a veces, una de estas cosas, nos puede hacer mejores personas. Ahí lo dejo.

La vida es maravillosa.

Nina Febrer


Felices para siempre o el mundo de jauja

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Ilustración © Wheel Qu

Estoy filosofando conmigo misma sobre la forma en que la publicidad, los programas de televisión, algunas personas que conozco, muchos profesionales de la salud mental y escritores de libros de auto-ayuda, nos aleccionan sobre la forma correcta y rápida de conseguir la felicidad absoluta. Se supone que nuestra meta en la vida es triunfar en el ámbito laboral, social y familiar, si no lo consigues es por tu culpa, puesto que Fulanito y Menganito lo consiguieron y buena prueba de ello son las revistas del corazón, esas que solo sirven para pasar el rato en el lavabo y en la peluquería.

Me resulta irónico que el mensaje que nos envían es el de crearnos una vida glamurosa. Se nos niega el derecho a la tristeza, a la aceptación de nuestro propio cuerpo, si todas las mujeres aceptaran su cuerpo las clínicas de cirugía estética quebrarían.

¿Y si yo quiero estar triste? O lo que es más posible, ¿y si yo necesito sentirme triste? Pues nada, que entonces soy un perdedor, independientemente de las circunstancias que esté viviendo tengo que mostrarme feliz y animoso. A veces cuando nos sentimos tristes, no hay nada más duro que escuchar: “no pongas esa cara de tristeza que me preocupas”, lo que nos lleva a sentir que molestamos a los demás, a esconder sentimientos, lo que a su vez genera más sufrimiento.

Y me resulta irónico puesto que si tienes delirios, alucinaciones o euforia, nos dicen que sufrimos de estados alterados de conciencia y nos dan pastillas para no sentir absolutamente nada, ni dolor ni placer. En cambio, cuando repites una y otra vez eslóganes publicitarios y haces lo que te dictan que es correcto, se supone que eres normal. ¿Normal? No, gracias. A nadie debería parecerle normal el renunciar a ser nosotros mismos, sin tapujos. Con todo lo bueno, malo y regular que sentimos interiormente. Con nuestras contradicciones, con nuestra personalidad y nuestras propias opiniones sobre todo lo que nos rodea y nos afecta de una forma u otra. Renunciar a nosotros para convertirnos en otros, no gracias, no quiero esa supuesta felicidad, puesto que sé que es ficticia.

Para acabar me gustaría recomendar una novela que leí hace años, de Aldous Huxley titulada “Un mundo feliz”, en realidad un mundo donde todos creen ser felices, por lo que no se cuestionan la sociedad en la que viven. La hiperfelicidad como forma de control de masas.

Rosa García

Que hablen de mí, bien o mal, pero que hablen

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Ilustración © Clara Carbonell

Llega un momento en la vida en que después de todo lo vivido, y todo lo que he pasado, lo que pueden llegar a decir o pensar de mí… ya me resbala bastante. Algunos pensaran o piensan que estoy loca, y otros me consideran maravillosa, o un ejemplo a seguir.

Como decía antes, a estas alturas de la vida, y con el largo recorrido que llevo, la verdad: me importa un rábano la opinión de los demás, realmente. Lo que me vale es lo que he aprendido hasta ahora, y es lo que me llevo: el crecimiento personal de saber quién soy, cómo soy, qué necesito, y cuánto valgo. Me he construido a mi misma sobre unos cimientos lo suficientemente fuertes para que ningún/a tonto/a pueda venir y tirármelos por el suelo, cosa que antes no era así. Antes mi autoestima estaba a merced de cualquiera, y era vulnerable a la opinión de los demás.

Me importa un rábano, como digo, lo que piensen de mí: si soy loca, bipolar o una trastornada… Mirad, de pequeña los que me llamaban “tonta” y “fea” luego fueron los que perdieron la cabeza por mí, así que nunca se sabe. Son capaces, los que ahora los que me llaman loca, que luego pisen por donde yo ando ¡Jajaja! Porqué para poder llegar al punto en que te resbale todo lo puedan a llegar a decir de ti, debes estar segura de ti misma e ir pisando fuerte por ahí donde vayas, manteniéndote firme ante tus propias decisiones, y mostrándote segura. También, ¡mucho de esto es cuestión de actitud! Si vas por la vida con actitud temblorosa, dubitativa, cabizbaja… eso se nota, eso se transmite. Igual que si vas por la vida con una actitud positiva, alegre, sonriente, eso también se transmite, y eso hace que la gente se quiera acercar a ti, y transmitas buen rollo, y generes buena onda. Genera bienestar, como que todo en ti va bien, incluso tú, contigo misma, te acabas sintiendo mejor.

El camino hacia la aceptación pasa por el autoconocimiento, aceptarse tal y como uno es, perdonarse, quererse, y saber escucharse a uno mismo. Parece fácil así dicho, pero requiere de práctica y constancia diaria. Mimarte a diario, no culparte por cosas que no has hecho, o que hiciste en el pasado, o aunque hayas hecho mal también tienes que saberte perdonar. Mimarte, saberte dar algún que otro capricho de vez en cuando, ¡porque te lo mereces! ¡O “porqué tú lo vales”! Respetarte, sobretodo eso, porque si tú no te respetas, nadie te va a respetar. Y quererte… eso es fundamental. No exigirte más de lo que puedes, y si no puedes más, no flagelarte. No somos Superwomen, o Supermen (esto también va para los hombres), aunque esta sociedad tan corrompida nos lo exija continuamente. Vivir en paz con nosotros mismos. Saber que te puedes ir a la cama con la tranquilidad de que has hecho lo correcto, de que lo has hecho bien, y de que al menos lo has intentado, ya si sale bien o no, ya se verá. Y poderte quedar con la conciencia tranquila. Pero, sobre todo, sobre todo… de que estás haciendo el bien.

Todo esto, como ya he dicho anteriormente, es súper importante, para poder llegar a hacer el “click” de que todo lo que digan o dejen de decir los demás te dé exactamente igual. Y ahora os diré más, en esta sociedad en la que vivimos es imposible que no hablen de uno mismo, si nos paramos a pensar con objetividad siempre estamos comentando, comparando, hablando… así que, ya bien sea para bien o para mal, es inevitable que también hablen de nosotros. Pero, como digo, lo importante es que lo que digan no nos afecte, o no haga tambalearnos. Y, en todo caso, que si recibimos alguna crítica siempre nos la tomemos como algo positivo que nos ayude a mejorar. Siempre y cuando ésta venga de alguien de quien nos podamos fiar. Yo digo muchas veces que tenemos que poner un filtro, es decir, no podemos dejar pasar cualquier comentario a nuestras cabezas. Debemos poner como un filtro, porque hoy en día se oye cada comentario…

Ya, para terminar, os dejo con esta reflexión. Dijo alguien: “Que hablen, que hablen de nosotras, eso es que somos importantes”. En cierta manera tiene razón porqué el día en que no se hable de una, es que algo estamos haciendo mal, ¿no? Ya sea para bien o para mal, siempre hablaran de nosotras, esto es inevitable. Que hablen de una misma está a la orden del día, y el día que no se hable de nosotras, algo raro estará pasando.

Nina Febrer

Qué es para mí el GAM de Salud Mental en primera persona

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Ilustración ©;Sergi Balfegó

Estrenamos año, el 2019… miraba de recopilar en pocas líneas, qué es para mí el GAM, qué me aporta y qué puedo aportar yo al Grupo de Ayuda Mutua.

Más allá de la tranquilidad que da saber que las reglas básicas son fáciles de interiorizar, quería describir qué es esto de compartir voluntariamente en grupo las vivencias cotidianas a las que nos enfrentamos las personas con un diagnóstico de Salud Mental.

Como la confidencialidad es el eje básico de la dinámica grupal y define la existencia del propio grupo, no puedo aquí explicar las situaciones diversas que se producen cada martes en el GAM de Vic. Sólo os diré que empezamos a encontrarnos como GAM en septiembre del 2016 en el Centre Cívic Can Pau Raba y desde entonces una vez por semana compartimos experiencias y aprendemos a entendernos mejor: esto hace grupo y fomenta el apoyo mutuo.

Os puedo explicar que, para mí, supone una gran serenidad compartir angustias y también ilusiones vitales en compañía de quien sabes que también compartirán contigo vivencias y proyectos vitales. Tras sentirte escuchado sientes alivio y objetivas mucho más. Cabe decir que, tras escuchar vivencias de las compañeras, acabas por poner las tuyas en su justa medida. ¿Por qué? Relativizas más y dejan de angustiarte algunas de tus experiencias. Encuentras palabras para transmitir ánimo y apoyo a las compañeras y descubres que eres una persona más positiva de lo que en tu entorno más inmediato te dicen. Tú, que en el pasado sentiste que te decían: “eres destructiva”. De eso hace mucho tiempo, cuando la depresión te ahogaba y te hacía vivir en el infierno. Ahora lo recuerdas y ya no te duele. Ahora te sientes renacida.

Los beneficios del apoyo mutuo los notas siempre que puedes escuchar, hablar, expresar y alegrarte con los triunfos de los demás que también consideras que son un poco tuyos, pues estás ahí, presente de forma activa y apoyando.

Estás contenta a pesar de que el grupo no se estabiliza más en número de gente: sube y baja. Aceptas que estos altibajos de gente forman parte de la vida, es inevitable cuando estás entre personas humanas. No somos una fábrica que produce palés o longanizas. Las personas tenemos circunstancias variadas y eso hay que aceptarlo e incluso, quererlo.

Enfocando así las cosas, me siento tranquila, fluyo y me siento un poco más feliz. Sobre todo, ya no me duelen los recuerdos, y puedo seguir fortalecida hacia delante.

¿Y yo qué puedo aportar además de mi escucha? Pues he estado reflexionando y si tuviera que resumirlo, en una palabra: entusiasmo, sencillamente eso. Entusiasmo, que para mí es como un trozo bien grande de mi alma.

Rosa Rubio

¡Dios mío, No tengo Habilidades Sociales!

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Ilustración © Urco (Josep Durán)

Un día por la tarde en el que me encontraba hiperactivo mentalmente, me viene a la cabeza la frase: “¡Dios mío! ¿Que no recuerdas que no tienes habilidades sociales, Dani?“. Y luego digo: “Escribiré un artículo sobre el tema“. Las personas con psicosis carecemos de habilidades sociales, según suelen decir todos los estudios, libros, profesionales, etc.

De rebote me veo a mí mismo y me digo: “Dani, ¡eres un desastre! No tienes habilidades sociales, por eso eres un ser solitario, rumiador y vagas por este mundo con la mente a Saturno y hacia Marte“. Entre los dos planetas están mis piernas, los brazos, el abdomen y el tórax en la tierra, pero la mente la tengo esparcida por alguna órbita inexplorada… Bromas aparte, hay un axioma de la comunicación que nos enseñaron en Obertament que dice: “Todas las personas comunicamos constantemente. Como mínimo, comunicamos que no nos queremos comunicar“. Pero la sociedad es así, todo el mundo se comunica constantemente, sea con lenguaje verbal o no-verbal; estés en el tren, en el avión, o en una clase, reunión o conferencia; estés en la calle o estés en casa; estés rodeado de muchísima gente en un concierto, estés con tu pareja o estés tú solo. Porque en el fondo la humanidad somos animales sociales, animales que necesitamos relacionarnos para conseguir estar mejor con los demás, con nosotros, para conseguir cosas o conseguir que pasen cosas. Aunque a menudo la humanidad somos animales sociales por cuestión de supervivencia. Nos han traído al mundo y algo tenemos que hacer aquí. Al menos distraernos, trabajar mucho, pasar glorias y penurias, pero en el fondo, lo que nos gusta es ser gregarios. La humanidad es gregaria por definición.

Entonces, ¿qué nos pasa a las personas con psicosis ?, ¿con esquizofrenia?, ¿con algún TEA? ¿No somos sociables? ¿No somos gregarios? ¿No nos comunicamos? La respuesta es difícil de explicar, aunque los estudiosos de estos trastornos, y los mismos que lo sufrimos, podemos confirmar estas dificultades para relacionarnos, comunicarnos, ser sociables o gregarios. Precisando más, diría que nos relacionamos con el entorno y nos comunicamos con los demás de formas alternativas, raras, extrañas, a veces bizarras. Sin embargo, nos relacionamos y nos comunicamos, siempre a nuestra manera. Y de maneras hay muchas, cada uno sabe la suya.

Es entonces cuando… ¡Tachán! Aparece el genio de la lámpara mágica y escribe un libro que se llama: “Inteligencia emocional” (Daniel Goleman). Daniel como yo !, aunque no tengo nada que ver. Pero la gente, no contenta con el éxito de su libro superventas, no se queda corta y sigue añadiendo adjetivos al sustantivo “Inteligencia”, que si “Inteligencia social“, “Inteligencia alimentaria“, y un largo etcétera de libros de diferentes autores y autoras hablando de las diferentes “Inteligencias”, aparte de las “Inteligencias múltiples” (Howard Gardner). Con lo cual llego a concluir que la “Inteligencia” como sustantivo, puede tener muchos amigos, es decir, adjetivos. Como también puede tener enemigos, si llegáramos a concluir que: Sólo faltaría escribir sobre “La inteligencia no-inteligente” o “La inteligencia poco inteligente”. Entre tantas inteligencias me he vuelto tonto y he perdido el hilo del artículo: estábamos hablando de habilidades sociales…

Bueno, al fin y al cabo, ya os he dicho lo que quería decir: Que las personas con psicosis, esquizofrenia o TEA tenemos dificultades para relacionarnos, somos poco sociables, nos cuesta ser gregarios, nos cuesta comunicarnos… Ah, sí. Y si no tenemos inteligencia social es: ¿Porque nos falta socializar con inteligencia? ¿Porque nos falta inteligencia para socializar? ¿Porque nacimos así? ¿Para que la sociedad necesita de personas que no tengan inteligencia social? ¿Porque la humanidad es psicodiversa? Me da igual. Aunque a veces es mejor saber cómo hacer frente a estas carencias, que a algunas personas las lleva al éxito y la gloria, y a otros a la miseria y la derrota. “No hay nada que dure 100 años“, dice un refrán.

Dani Ferrer

Mi vida paralela entre mi salud mental y mi orientación sexual

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Ilustración © Mireia Azorin

Estos dos conceptos son clave en mi vida. La principal conexión entre ellos es que yo no pedí ser «diferente».

Pronto supe que me gustaban las mujeres, casi cuando todo estaba a punto de desbordarse y yo de «debutar» con una depresión mayor, allí por mis 11-12 años.

Es curioso la de cosas que tienen en común mi orientación sexual y mi mala salud mental. Yo no decidí ninguna de las dos, no se trata de una decisión: simplemente sentía y sabía que me gustaban las chicas y simplemente una serie de circunstancias hicieron que manifestase una serie de síntomas que según el criterio de un psiquiatra me diagnóstico depresión mayor (mi primer diagnóstico).

De ambas circunstancias yo me avergonzaba. Ambas situaciones me causaban mucho dolor. Es obvio que la depresión causa mucho sufrimiento psíquico pero es que pensar que yo era lesbiana también me provocaba sufrimiento. Lo mío me costó aceptar que era lesbiana, hasta 5 o 6 años más tarde y lo llevé bastante en secreto. Ambas situaciones eran tabú, compartían el no hablar de ello, el ser objeto de vergüenza para mí.

Hubo un momento de empoderamiento de ambas situaciones, sobre todo cuando mi familia supo que era lesbiana y lo aceptó por allí los 24 años. Y un tiempo más tarde después de cargar con otras dos etiquetas diagnósticas igual de dolorosas (trastorno alimentario no especificado y trastorno bipolar) pude no tener miedo ni necesidad de esconderme de lo que yo era o tenía: era lesbiana, tenía problemas de salud mental. Muy importante no soy una bipolar (eso implicaría que soy en esencia este trastorno), tengo trastorno bipolar.

Hola, soy Mònica, tengo 42 años, me gusta escribir, hacer teatro, adoro a mis sobrinos, cuando puedo me encanta viajar, mi color preferido es el lila, ¡Ah!, y estoy casada con una mujer y tengo un trastorno mental. Ejercicio muy sencillo creo para comprenderlo.

Más tarde me sorprendí a mí misma enamorándome de varios chicos. Después del dolor y trabajo personal que había soportado «mis piedras en la espalda» el reconocerme e identificarme con una manera de sentir, con un colectivo, al fin y al cabo con una etiqueta en ese momento me sentí huérfana, no sabía otra vez qué era, quien era yo, ¿qué me daba identidad?

En mi experiencia en el mundo de la salud mental, como muchas otras personas, sabemos mucho de etiquetas y de cómo duele que te etiqueten de loca, nerviosa, depresiva, bipolar… Y de todo el estigma asociado a las personas con trastorno mental: peligrosas, débiles de carácter, inestables, no confiables, con deficiencias cognitivas etc. y cuando haces tuyas todas estas etiquetas el llamado autoestigma no es tan diferente al que yo tenía cuando era adolescente y pensaba que por ser lesbiana mi familia no lo entendería y me rechazaría, que la gente pensaría que odio a los hombres, se preguntaría si yo soy la que hace de hombre o de mujer, que no podría ser madre, todas estas ideas preconcebidas y falsas sobre un colectivo que no cumple con las expectativas de la normativa imperante ya que cuestiona el patriarcado.

Y aunque el primer diagnóstico pueda ser algo liberador porque resulta que lo que te pasa tiene un nombre y le pasa a más gente y es tratable, de la misma manera reconocerte con una orientación o identidad sexual te hace sentir o conectar con una parte íntima de ti misma pero también con un colectivo que lucha por los mismos derechos. ¡Por algo existe el día del orgullo LGBTI y el día del orgullo loco!

Después de quedar huérfana de mí ya pasado lesbianismo, ¿qué me quedaba? ¿identificarme cómo bisexual? No me gusta el término ni el concepto en sí. Me di cuenta que me enamoraba de las personas que me seducían afectiva, sexual, erótica, intelectual, platónica, y todos los mentes imaginables. Supongo que soy diversa. Está muy de moda el término diversidad sexual y me gusta este concepto porque es muy amplio y no excluyente. El caso es que mi primer amor fue una chica y me he casado con una mujer. He amado a hombres (la mayoría excepcionales, por cierto) pero yo me imagino un constructo que va de lesbiana a heterosexual. He tenido relaciones lesbianas y relaciones heterosexuales pero si tuviera que definirme en este constructo la balanza se inclinaría hacia el lesbianismo. (¿por qué es masculino si hablamos de mujeres que se aman?).

En definitiva, conocerse, reconocerse, sentirte identificada, etiquetarte o que te etiqueten… Es tan parecido en el mundo de la salud mental como en mi orientación sexual…

Yo he sufrido mucho por ser diferente, por no cumplir con la orientación sexual normativa y por ser diagnosticada de trastornos mentales, lo he escondido en el instituto, en la universidad, en trabajos, y eso no puede ser bueno, lo que es invisible no existe, y mi vida debía ser visibilizada, ahora lo sé. Y ahora me siento más relajada. Nunca imaginé que me casaría con mi novia y vestiría de blanco como soñaba de pequeñita y mi familia estaría allí orgullosa de mí. Nunca imaginé que, aunque con mucho esfuerzo y no siendo siempre fácil, llevo una vida bastante normalizada y lo más importante estable en cuanto a salud mental se refiere desde hace ya varios años.

Ahora me siento fuerte y sé que no tengo ningún problema por ser diferente. En todo caso lo tiene esta sociedad patológica que nos quiere a todos cortados con el mismo patrón mental y sexual para considerarnos «normales». ¿Alguien me puede explicar que es ser normal?

Mònica Civill

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